22/8/14

Boleadas eran las de antes


Difícil es hoy día, con la pampa alambrada, cruzada de caminos y líneas férreas, imaginar una boleada de las de “antes”.
Estas décimas tratan de rescatar esta actividad uniendo datos que extraídos de diferentes libros y memorias he unificado en este relato.
Diversión para el gaucho en una primera etapa, al tomar las plumas del ñandú un valor importante, dado su requerimiento para adornar los sombreros de las damas y los penachos de los militares, hizo que el gaucho entre changa y changa realizara importantes boleadas como una manera de hacerse de algunos “patacones”.

pintura gauchesca con potreadoras montefusco
"Con potreadoras" - Carlos Montefusco

El gaucho nunca llevaba
las “bolas” en el recado,
cosa de verse apurado
de un tirón las desataba.
Es así que se colgaba
alguna que otra potrera
a más de las ñanduceras,
para tenerlas seguras,
una o dos en la cintura
y otras más en bandolera. 

Un buen boleador, primero,
elegía en el corral,
de seguro un animal
blando de boca y ligero.
Desechaba del apero
las prendas que no iba a usar
y ahí nomás iba acortar,
para afirmarse en el tiro,
media cuarta del estribo
que está del la’o de enlazar.

Ya con todo preparado,
encaraba el pastizal,
media rienda al animal
para no llegar cansado.
En el sitio señalado,
entre risas y aguardiente,
estaba toda la gente
esperando que un “puntero”
revoleara su sombrero
para partir de repente.

Convocados pa´ bolear,
y sin mediar seña alguna
armaban la “media luna”
y echaban a galopear.
Solo era cosa de arrear
gamas, ñanduces, venados,
que al sentirse atropellados
de semejante manera,
partían a la carrera
muy nerviosos y asustados
Gritos, espuma, sudor.
La pampa que se estremece...
Y entre la paja aparece,
el suri gambeteador,
detrás se escucha un fragor
y envueltos en “polvadera”
bestias y hombres en carrera
y en sus derechas, silbando,
el aire que iba cortando
las temidas ñanduceras.
Con tan solo una mirada,
el gaucho elige su presa,
y con notable destreza
las “bolas” son arrojadas.
Surcan el aire guiadas
por la experiencia que encierra
años de práctica y guerra
y dan contra el avestruz,
que con sus alas en cruz,
boleado, cae en la tierra.

Se detiene con presteza,
tira una pilcha a su lado,
de esta manera ha marcado,
la propiedad de la pieza.
A pura espuela regresa,
para algún último intento
y sudorosos, sedientos,
esos gauchos corajudos,
acaban medios desnudos,
cansados pero contentos.

Es al llegar la oración,
la señal para volver,
y de paso recoger,
lo que voleó en la ocasión.
Una picana, un alón,
todo vale, pesa o suma,
a más de un montón de pluma,
que con placer y alegría
cambiará en la pulpería
por todo lo que consuma.

 


Carlos Ernesto Pieske


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